T-O-N-A-L : materia blanda en movimiento
Una pantalla gris. Píxeles, blur, niebla. Granito. Ruido blanco en una caja negra.
En el centro, una plataforma blanca. En una esquina, un cuerpo-soma: una mandrágora suspendida que se articula, transita y orbita. Recorre un agujero negro. Ese cuerpo es magnético: se contrae hacia el centro, se abre en espiral, como la arena cósmica.
Ojos de astronauta, piernas de mapa, espasmos medulares. Un loop que vibra, gira y se repite. Una decodificación de lo imaginario: pies y pliegues, caída suspendida, vacío atmosférico. Despertar, reconstituirse, resetearse, amasarse contra el piso. Fusionar la piel con la curiosidad pura, con la inocencia de un bebé que descubre el mundo a través de sus primeros pasos.
Sombras, texturas, proyecciones. Una mujer mitad animal, mitad máquina. Un engranaje reptante. Un cuerpo mineral que deletrea el movimiento. Despuntes, apuntes, flashes y ecos: secuencias que reverberan. De pronto, la repetición asciende, el techno irrumpe, el clímax se abre: un beat retumba y el cuerpo lo recibe, lo habita, lo expulsa.
Un suspiro, un adagio, y la pausa. Pies que cantan, una respiración que susurra, un cuerpo que baila. Un volver a empezar, un nunca acabar. La pantalla no se agota: siempre hay data que swipear. Códigos y dígitos se filtran por la nuca.
Volvemos al origen: al plasma, a la placenta. Play. El motor vuelve a encenderse.
Tonal es una pieza que conjuga danza, máscara, performance y tecnología. Un solo de Perla López, bajo la dirección de David Barrón: un dueto minucioso, cómplice, que ha construido un lenguaje propio, un código compartido que ahora se despliega frente a nosotres.
Un espacio donde la intuición, la memoria y lo sensorial se entrelazan con la máquina y el sonido. El diseño lumínico —acertado, medido, casi delirante— sostiene una atmósfera que brilla desde la técnica de Perla hasta el pulso del montaje completo. El collage sonoro, a cargo de Lenin Peña, es impecable: un paisaje inmersivo, abstracto, tejido con precisión quirúrgica. Son sonidos que respiran, que generan espacio.
El vestuario, minimalista y breve, acentúa la carne, no la cubre. Deja que el movimiento sea el verdadero protagonista: una decisión clave del diseñador Andrés Zepol, que entiende la economía del gesto como potencia.
El juego de proyecciones es multidimensional. Reflejos, sombras, pantallas. La imagen se repite, se distorsiona, se descompone. Un haz de luz deja un cuerpo como rastro. Detrás, el trabajo sensible de Gonzalo Jacobo, con la traducción escénica de Nicolás Rivera para MartESdanza.
Estamos frente al nacimiento de un contraste: la intuición, la memoria umbilical, el pulso de un mundo que nos sobreestimula a cada segundo y un mar de datos para un pequeño cigoto que intenta entender el movimiento como forma de existir.
Tonal es una joya que germina desde el desierto: con un cuerpo fuerte, lleno de caminos, marcas y memoria al centro. El poder interpretativo de Perla López es brutal, arrastra consigo los años de experiencia, docencia y entrega. Para quienes la hemos visto crecer en el escenario —junto a la mirada creativa de Barrón—, presenciar este momento es un privilegio. Verla moverse es asistir a un acontecimiento: un cuerpo que piensa, que siente, que crea materia.
Una pieza sostenida por un solo cuerpo en escena, pero también por una comunidad detrás. Un trabajo colaborativo que ojalá muchos más públicos puedan presenciar. Sin duda, un proyecto que se debe recomendar, celebrar y volver a ver.
Que sigan las dudas sobre los cuerpos, las formas y los códigos.
Que siga el movimiento y las complicidades.
Y que no dejen de bailar las mentes que indagan la materia blanda,
porque ahí —en esa vibración viscosa— un cuerpo se gesta antes de ser idea.

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