"Una necesita al mar para esto: para dejar de creer en la realidad. Para hacerse preguntas imposibles. Para no saber. Para dejar de saber. Para embriagarse de olor. Para cerrar los ojos. Para dejar de creer en la realidad" -Cristina Rivera Garza-

MalaGana Sangre Nueva que Danza

Fotografía: Luz Zuñiga.

Sombras y siluetas. Caer y levantarse. Volver a intentarlo.

En el escenario, cuerpos vestidos de negro y café asimétrico trazan repeticiones, patrones, círculos e imposiciones. Hay algo de ritual y de misterio, como la sensación de presenciar una secta que respira fuego de manera constante. Todo se cuece a fuego lento, con una tensión que no cede, como si cada gesto fuera una pieza de un engranaje invisible. Surgen contrapartes y respuestas; se dibuja el control sobre el orden, la lucha por contener el caos. Entre ellos, cuerpos diversos y rostros nuevos en la danza, que se entrelazan en episodios fragmentados, casi desconectados, pero unidos por una misma pulsión: romper el canon. Salir de lo esperado.

La pieza coreográfica lleva la firma de Maryjo Facio, sangre nueva en la escena dancística. Egresada de la Universidad de Sonora, pero oriunda de la Laguna, en Lerdo, Durango, su camino ha sido un tránsito entre geografías y disciplinas artísticas. Ha viajado por distintos territorios y lenguajes hasta encontrarse con el desierto sonorense, donde ha echado raíces. Desde hace varios años baila con el elenco de MalaGana: Belén Marcor, Emily Gutiérrez, Gina Gimeno, Leonardo Vargas y Nahomi Hernández. Juntos han forjado una relación que trasciende lo profesional: son una familia que danza.

El proceso creativo que los une es visible en cada movimiento. No hay en escena un afán de lucimiento individual, sino un pulso colectivo que alimenta la pieza y le da densidad. Se percibe un diálogo constante entre quienes bailan, como si cada gesto fuera una pregunta que alguien más responde con un giro, un salto o una mirada. Hay instantes de ensimismamiento, casi de meditación, seguidos de ráfagas de ansiedad y desesperación; momentos donde el deseo de quebrar las estructuras se vuelve urgente, casi físico.

MalaGana se mueve en ese territorio donde la danza contemporánea se convierte en un acto de exploración. La pieza no busca dar respuestas cerradas: propone tensiones, contradicciones y atmósferas que, por momentos, parecen dejar al espectador en un limbo entre la contemplación y la inquietud. Ese carácter fragmentario puede ser tanto una fortaleza como un riesgo: por un lado, ofrece libertad interpretativa; por otro, podría dejar a ciertos públicos con la sensación de una narrativa que no termina de completarse.

En esa ambigüedad está parte de su potencia y también su reto. La obra muestra a un colectivo con un lenguaje físico en desarrollo, que se atreve a interpelar sin suavizar las aristas. Seguirles la pista no es un acto de simple expectación, sino la voluntad de caminar junto a ellos en esta búsqueda, confiando en que su llama seguirá creciendo y encontrando nuevas formas de encendernos.





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