Teatro a 1 sola Voz: Miguel Ángel y Lucía Uribe
Fotografía cortesía de Luz Zuñiga Foto |
Entramos al teatro y una luz cenital ilumina un cuadrante: un cubo hueco de madera y un ratón de felpa. Nos regalan un pequeño oscuro y aparece Miguel Ángel, criado y nacido en Veracruz. Es un chamaco cualquiera hablando por teléfono, pero el Migue parece determinado, incluso serio con el tono de su llamada, lo cual contrasta cómicamente con lo que pregunta: ¿Qué es lo que hace que una foto de paisaje sea paisaje? ¿Qué es lo que hace a las cosas ser lo que son? Poco a poco nos enteramos de que María Cristina está del otro lado del teléfono, una secretaria de 68 años a punto de jubilarse.
Miguel quiere saber si su foto puede competir en un concurso. Describe con precisión quirúrgica: a la izquierda, el mar; al centro, una palmera orgullosa; a la derecha, su parte íntima y por arriba una gaviota que parece estar a punto de rozar la punta, casi, pero no. ¿Será paisaje eso? pregunta con tono académico y alma de urgencia. Él piensa que es una obra de arte con harta motivación.
María Cristina lo duda. Le dirá luego. Miguel cuelga con esperanza, y esa esperanza se convierte en flow. Empieza a rapear lo que desea: ganar el concurso, llamar la atención de Julieta, que Julieta lo vea, que lo note, que le vea la gaviota, o al menos su selfie. Un corte y, de regreso a la realidad, lo interrumpen. Es su mamá; él le explica que está estudiando, sobre Tenochtitlán. El Migue revuelve los raps y crea paisajes diversos que van desde Julieta hasta su entre pierna, desde su foto hasta el lago de Texcoco y los habitantes peregrinos de Aztlán.
Escribo todo esto como si lo hubiéramos visto, aunque no: solo lo presenciamos, a través de Miguel, quien, aunque no hablaba con nosotres, hablaba para nosotres. Vimos todos los otros personajes a través de su voz. De pronto oscuros y claros, claros y oscuros. El Migue, tumbao en el piso, pide clemencia a su madre. Explica que, aunque no es un señor importante como esos que van a su restaurante favorito y donde el mesero recuerda lo que comes, que aunque aún no sea ese señor, sí tiene cosas importantes que hacer. Patalea y llora: ¡Devuélveme mi celular!
Vimos a ese niño rogando por su pantalla como si se le fuera la vida. Ese día llevé a mi madre al teatro. Mi mamá rió enseguida y me dijo al oído:
—Así se pone la Isabella, tu sobrina, igualita.
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Fotografía cortesía de Luz Zuñiga Foto |
Y es que, al igual que el Migue, mi sobrina padece de esta etapa inevitable que es adolecer siendo adolescente. La neta es que el Migue es un alucín: se toma todo tan en serio, aunque constantemente parezca un chiste, para él no lo es.
Mi mamá salió del teatro pensando que había visto a cualquier morrillo contarnos un día normal. Pude ver la magia del teatro en la cara de sorpresa de mi mamá cuando le dije que "El Migue" era interpretado por Lucía Uribe. La verdad, me sentí un poco mal; fue como decirle a un niño que Santa Claus no existe. Y, al mismo tiempo, la cara de impresión de mi mamá fue oro. Y es que no me extraña: el trabajo de construcción de personaje de Lucía fue maravilloso, construido parte por parte, generoso. Se permitió jugar y hacernos reír con sinceridad. Fue muy lindo ver a Lucía haciendo teatro, verla brillar en varios formatos da gusto, da esperanza en esta precariedad laboral de quienes se dedican a actuar en México. Qué lindo que Uribe no olvide el teatro, porque seguro el público que vió a Miguel Ángel esa tarde no se olvidará de ella.
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Fotografía cortesía de Luz Zuñiga Foto |
Las cosas que nos importan cuando somos jóvenes son reales, aunque fantaseosas. Berrinches y dramatismo nos inundan en la adolescencia… ¿o será que siempre? ¿Hace cuánto que no te permites tener un berrinche? “Un taco campechano con papas” es el monólogo del Migue: ansiedad por el ser, masturbaciones, drama, pequeñas masculinidades que se buscan dentro de este mundo virtual y real que ambiciona poder: freestyle, Tenochtitlán, cuna de piedra, Raticida, el compañero infalible de felpa que nos recuerda que Migue sigue siendo un niño, y más drama al estilo Shakespeare. ¿Qué es un paisaje? ¿Qué es lo artístico? ¿Le hablaste de la gaviota? A lo largo de la obra, El Migue sigue llamando a María Cristina para responder sus dudas existenciales y fotográficas. Con el transcurso del tiempo, la secretaria se vuelve cercana. María Cristina bien podría ser mi mamá, que trabaja en una biblioteca y tiene 63. “Velo qué llevado”, me susurra mi mamá de nuevo al oído cuando El Migue se hace compa de María Cristina y comienza a llamarla solo “Cris”.
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Fotografía cortesía de Luz Zuñiga Foto |
Al final, nos dejan ver que una parte íntima no es un paisaje, sin importar cuántas gaviotas estén a punto de posarse en la punta, o al menos eso dice el mundo. Sin embargo, la Cris le recuerda al Migue que no importa lo que digan los demás, mientras él piense que su selfie es una foto artística, y si de algo sirve ella también piensa que su foto es arte, Cris le hace saber al Migue que la ha inspirado, que la ayudado a recodar los viejos sueños que tenía de joven, tanto que piensa retomarlos. El Migue por fin termina de estudiar y el oscuro cae. Lucía y El Migue fueron aplaudides de pie.
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Fotografía cortesía de Luz Zuñiga Foto |
Irónico, ya que El Migue pensaba que no era bueno para nada. Sentía la presión de ser pronto algo, de ser alguien, la presión de estar de moda, de no estar solo. Ser adolescente puede ser abrumador. No cambia mucho cuando estás sola ante la presión del mundo y eres adulta. Por eso, que vivan las Cristinas y las mamás que creen y apoyan nuestras locuras, así como fundar una ciudad en una isla sobre un lago, como hacer freestyle, como apostarle al teatro. ¿Cómo se fundan los sueños y los seres? Alucinando en voz alta y encontrando cómplices, de felpa o de carne, a la distancia o cerca.
¿Cómo se vuelve una un señor importante en este mundo?
Un aplauso de pie para los sueños adolescentes que no mueren.
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Fotografía cortesía de Luz Zuñiga Foto |
Registro fotográfico completo acá:
https://luzzunigafotografia.pic-time.com/-240625/gallery
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